Lo único que te debería doler es poner límites porque es difícil verle la cara a tus seres queridos sintiéndose molestos, sorprendidos u ofendidos al decirles que no por primera vez. Lo único que te debería doler es tomar decisiones que jamás pensaste que tomarías. Y duele porque no estaba en tus planes, no tienes certezas, solo incertidumbre y esto puede generar malestar. Lo único que te debería doler es la incomodidad de atravesar un restaurante o el cine sola para sentarte a “disfrutar” cuando lo único que sientes es ansiedad y estás pensando en el qué dirán. Lo único que te debería doler es dejar ir a personas a las que quieres mucho pero que te hacen daño con frecuencia, porque jamás pensaste que se irían de tu vida. Lo único que te debería doler es permitirte llorar porque hay algo que molesta y le estás dando todo el espacio que puedes para validarte y aceptarte. Así es la conciencia, dolorosa pero satisfactoria. Lo único que te debería doler es amarte porque no te enseñaron a hacerlo y empezar desde cero implica transitar por un camino ciego que no sabes hacia donde te llevará. Pero que sin duda te permitirá conocer tus sombras y tus luces. Nadie quiere ver sus sombras, eso desagrada. Pero más desagradable es el dolor por “amor” en una relación. Estamos tan acostumbradas a sufrir en nuestros vínculos que lo hemos normalizado, que lo hemos aceptado y hasta ignorado. Las películas, las canciones y la cultura en general nos muestran constantemente cómo una relación no debería funcionar. Sin embargo, ahí estamos tratándoles de replicar. Tenemos escasos o inexistentes ejemplos de relaciones sanas a nuestro alrededor y por eso nos cuesta verles, entenderles e inspirarnos para alcanzarles. Las relaciones sanas son como el pez rosado con manos, son pocos y casi nadie les ve. Por eso, si puedes escoger entre el dolor de trabajar en ti y el dolor de estar en un vínculo ¿cuál escoges?
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